Pastores según el corazón de Dios

Padre Geovane Saraiva*
En este artículo queremos disertar acerca de dos grandes pastores, figuras humanas que edificaron la Iglesia poniendo como cimiento sólido el bien e la justicia, sin ceder a los ataques de los injustos y poderosos, que nuestra generación debe conocer mejor por todo lo que ellos representan: Don Helder Pessoa Câamara y Don Aloísio, Cardenal Lorscheider. 

En ellos se realizó la profecía de Jeremías: “Yo os daré pastores según mi corazón, que os conduzcan con sabiduría e inteligencia” (Jr 3, 15). Anunciaron la buena noticia de la Salvación en toda su plenitud, a partir del dolor y el sufrimiento de una multitud de hermanos y hermanas. El entusiasmo y la mística de estos grandes sacerdotes causaron, y continúan causando, profundas marcas de generosidad, siempre creciente, en las personas que ejercieron y ejercen sus funciones en los más diversificados sectores de nuestra sociedad. 

Guardemos en lo íntimo del corazón el mensaje de optimismo y esperanza dejado por don Helder Cámara, el artesano de la paz y el ciudadano del mundo, el obispo brasileño más influyente en el Concilio Vaticano II, al abrir el camino para la renovación, en su más profunda y autentica coherencia a favor de los pobres: “Si no miento, nosotros, los hombres de la Iglesia, deberíamos realizar dentro de ella los cambios que exigimos de la sociedad”. 

Afirmó también con extraordinaria pasión que Dios es amor, en el estilo que le era muy peculiar, la poesía: “Fuimos nosotros, tus criaturas, que inventamos tu nombre! El nombre no es, no debe ser, un rotulo colocado sobre las personas y sobre las cosas… el nombre viene de dentro de las cosas y las personas, y no debe ser falso, tiene que exprimir lo más intimo de lo íntimo, la propia razón de ser y existir de la cosa o persona nombrada… Tu nombre es y sólo podría ser amor”. 

Al asumir la Arquidiócesis de Olinda y Recife, en abril de 1964, afirmó: “Nadie se escandalice cuando me vea junto a criaturas humanas tenidas como indignas o pecadoras (…) Quien esté sufriendo, en el cuerpo o en la alma, quien, pobre o rico, esté desesperado, tendrá lugar especial en el corazón del obispo”. Don Helder, además de dejar una gigantesca obra escrita, con grande sabiduría supo unir, en una síntesis rarísima y feliz, lo místico y el hombre de acción, que contemplaba y escribía al mismo tiempo durante las madrugadas y trabajaba por la mañana, tarde y noche. Fue un articulador de la mejor cualidad; dotado de una fe clamorosa, de una enorme capacidad de comunicación, fuerza y convicción inquebrantables, que salía del pecho flaco de aquel hombre frágil y bajo de estatura, que parecía el flagelado de Portinari. 

El fue profeta de los pobres, artesano de la paz, ciudadano del mundo, el hombre de los grandes sueños y de las altas utopías, señalando una verdadera conversión, en el cambio de costumbres, en una mejor comprensión de la Iglesia, en la búsqueda de su renovación, de su rejuvenecimiento al verdadero “aggiornamento”, al mismo tiempo que anunciaba la persona de Jesucristo, delante del clamor de los empobrecidos, de los “sin voz y sin vez”. 

En el grande ardor y entusiasmo de este hombre en todo su trabajo bien articulado, amando a la Iglesia pobre y servidora, nunca podemos negar ni olvidar. “Soy de aquellos que tienen la convicción de que los escritos de Don Helder todavía serán fuente de inspiración en la América Latina, de aquí a mil años”. 

Don Aloísio, en su amor a la verdad y en el apego al Evangelio como criterio de vida y de pastoreo, también en su capacidad de dialogar con las clases sociales y en su amor a los empobrecidos, permaneció humilde y servicial, siendo un hermano entre hermanos. 

Dulzura y ternura en persona, alegría constante, posiciones valientes y determinadas, al mismo tiempo predicaba y anunciaba el Evangelio con coraje profética y grande sabiduría. El cargó siempre en su grande corazón las alegrías, las esperanzas, las tristezas, las angustias e los sufrimientos de su querida gente (GS 200), además de trabar sin descanso una lucha por la democracia, la libertad de expresión, la dignidad de la persona huma y por el final de la tortura en nuestro Brasil. 

Don Aloisio, al ser nombrado Arzobispo de Fortaleza (1973-1995), ya en el comienzo afirmó: “La comunidad eclesial no es un feudo del obispo, mas él es el servidor de una Iglesia que se entiende a sí misma como sacramento del Reino, esto es, de la presencia de la verdad y del amor infinito de Dios para con toda criatura humana”. De ahí que no comprendiese como normal convivir con la miseria y con el acentuado empobrecimiento del pueblo, que traía como consecuencia el éxodo, el azote y la muerte de muchos hermanos, levantando su voz de profeta para decir que no era voluntad de Dios la realidad aquí encontrada; al mismo tiempo, usó de todos los medios, con una enorme determinación de transformar esa realidad, marcando profundamente la historia de nuestro Ceará. 

“En pleno régimen de excepción, la sociedad cearense rápidamente sintió los efectos de esa mudanza repentina. Las clases sociales desfavorecidas o marginalizadas, los sin-tierra, sin-techo, los presos políticos, los presidiarios comunes, los trabajadores en huelga, ganaban aliados de peso” (Fernando Ximenes). 

Don Aloisio fue el grande teólogo que sabia comprender la realidad coyuntural y, con sus posturas bien claras y definidas en los análisis y en las conclusiones teológicas pastorales, pasó para el pueblo un clima que favorecía y generaba confianza en todos. De ahí que fue el Cardenal que más destacó en los Conclaves y Sínodos que participó, generando para el mundo entero, y especialmente para la prensa, una grande expectativa. Su palabra valiente y profética era acogida por todos como una buena noticia.
“[…] su voz, naturalmente dulce, se alternaba cuando era preciso enfrentarse a los vendedores ambulantes de la justicia, cuando todos los jardines de la democracia corrían el riesgo de ser el punto de mira de las bombas, lanzadas por las miradas fijas de la represión. Su voz resonó por los corredores de las prisiones […]” (Pedro Simón). 

Cuando se tornó obispo emérito de Aparecida, vino la pregunta: qué va a hacer su Señoría? – Respondió: “Soy un simple fraile menor y voy hacer lo que mi provincial me mande, porque la obediencia me torna libre”. 

No olvidamos, también, su palabra lúcida y segura, advirtiendo ‘oportuna e inoportunamente’ (2Tim 4,2), así como su voz mansa y valiente al denunciar las injusticias, y sobre todo, su ternura franciscana, que nos lleva a afirmar que Dom Aloisio mora verdaderamente en nuestros corazones. 

Pidamos, pues, a Dios, que en su infinita e inagotable bondad, llamó a Don Helder y a Don Aloísio, para la misión de profetizar, que siempre los tengamos como referencia, iluminándonos y haciéndonos comprender mejor la indispensable fuerza de su gracia, con el deseo de tornarnos capaces de fermentar en este mundo que vivimos, en su realidad cultural, económica y social, que tanto desafía la humanidad.
Traducción Frei Jesús María Mauleón, OAR
Pároco de Santo Afonso